La Ciudad por los Suelos
¿Qué valor le asignamos a un pequeño trozo de plástico o un diminuto envoltorio de chocolate tirado en la calle?
¿Qué impulso inicia la obstinada e inútil tarea de recolectar, clasificar y exhibir su extraña naturaleza de objeto (re)encontrado?
Estas preguntas están presentes en el trabajo de Chantal de Rementería, el cual se instala en la distancia que separa la pulsión de la recolección con la clasificación objetual. Como si el zurcido de letras y frases presente en sus anteriores trabajos quisiera reparar la carga de objeto en desuso y lo elevara a la categoría de obra de arte en una ciudad donde el deterioro se convierte en objeto de deseo (turístico).
El trabajo con objetos tiene una historia propia y una tradición fundamental para la comprensión del arte actual. Desde la aparición de la “Rueda de bicicleta sobre taburete” de Duchamp, hasta la nueva escultura británica de Tony Cragg, el valor de un objeto cobra un sentido único y dinámico, donde el carácter representativo da paso a la observación de lo presente, a la revaloración de su propia corporalidad. Por cierto que el trabajo de Chantal de Rementería se inscribe en esa tradición e insiste majaderamente en ciertas preguntas respecto del impulso que contiene este interés recolector presente en este tipo práctica. Esa pulsión recolectora tiene una variable que permite diferenciar cada lógica particular y referirla a una dinámica propia. El contexto, el paisaje o su lugar de origen como escenario de un recorrido lento y paciente.
Ese contexto aparece en “La Ciudad por los Suelos”. Los objetos clasificados y posteriormente aglutinados en volúmenes de acrílico no tienen otro interés que el de ser observados. El de presentarse a sí mismo como cuerpos, en la sencillez de su simple naturaleza, es decir, en lado opuesto de los “Cuerpos Pintados”. El objeto dañado, incompleto; el objeto de recuerdo; el objeto personal; el objeto tirado; el objeto no objeto, etc. Son de la misma forma la excusa para referirse a otro objeto. A un objeto que se convierte en signo, la ciudad.
Chantal de Rementería entiende su práctica como repuesta o simple interrogante respecto a ese signo. Los volúmenes policromos son la paradoja. El decorado esteticista del brillo cromático compuesto por los objetos de desecho es la mimesis de la subida Carampangue pintada para la mirada afuerina. Los objetos pueden hablar de esto y mucho más, ella lo sabe.
Violeta Parra iba en esa dirección cuando se refería a los objetos en una suerte popular animismo. El objeto contiene una energía que simbólicamente llama a su recolección, obligando a recoger y guardar a quien lo observa. Quizás eso explique esta pulsión.
De Rementería no actúa como “cachurera” de la avenida Argentina, no presenta los objetos para su compra, no los exhibe en el aparador, ni menos lo reduce al fetiche de anticuario, más bien los condensa, una suerte de Arman recargado. Los vuelve a convertir en otro objeto, un volumen. El mecanismo es de una simpleza sospechosa, la clasificación a partir del color aún más. La respuesta sólo es posible entenderla desde la observación alucinante de todo lo que contiene cada volumen, en la micro composición de cada centímetro, en la presencia de una ciudad a ras de piso, con edificios de 5 cms de altura. Así de simple. La clasificación es un acto de reparación y revaloración simbólica.
-Pedro Sepúlveda
¿Qué impulso inicia la obstinada e inútil tarea de recolectar, clasificar y exhibir su extraña naturaleza de objeto (re)encontrado?
Estas preguntas están presentes en el trabajo de Chantal de Rementería, el cual se instala en la distancia que separa la pulsión de la recolección con la clasificación objetual. Como si el zurcido de letras y frases presente en sus anteriores trabajos quisiera reparar la carga de objeto en desuso y lo elevara a la categoría de obra de arte en una ciudad donde el deterioro se convierte en objeto de deseo (turístico).
El trabajo con objetos tiene una historia propia y una tradición fundamental para la comprensión del arte actual. Desde la aparición de la “Rueda de bicicleta sobre taburete” de Duchamp, hasta la nueva escultura británica de Tony Cragg, el valor de un objeto cobra un sentido único y dinámico, donde el carácter representativo da paso a la observación de lo presente, a la revaloración de su propia corporalidad. Por cierto que el trabajo de Chantal de Rementería se inscribe en esa tradición e insiste majaderamente en ciertas preguntas respecto del impulso que contiene este interés recolector presente en este tipo práctica. Esa pulsión recolectora tiene una variable que permite diferenciar cada lógica particular y referirla a una dinámica propia. El contexto, el paisaje o su lugar de origen como escenario de un recorrido lento y paciente.
Ese contexto aparece en “La Ciudad por los Suelos”. Los objetos clasificados y posteriormente aglutinados en volúmenes de acrílico no tienen otro interés que el de ser observados. El de presentarse a sí mismo como cuerpos, en la sencillez de su simple naturaleza, es decir, en lado opuesto de los “Cuerpos Pintados”. El objeto dañado, incompleto; el objeto de recuerdo; el objeto personal; el objeto tirado; el objeto no objeto, etc. Son de la misma forma la excusa para referirse a otro objeto. A un objeto que se convierte en signo, la ciudad.
Chantal de Rementería entiende su práctica como repuesta o simple interrogante respecto a ese signo. Los volúmenes policromos son la paradoja. El decorado esteticista del brillo cromático compuesto por los objetos de desecho es la mimesis de la subida Carampangue pintada para la mirada afuerina. Los objetos pueden hablar de esto y mucho más, ella lo sabe.
Violeta Parra iba en esa dirección cuando se refería a los objetos en una suerte popular animismo. El objeto contiene una energía que simbólicamente llama a su recolección, obligando a recoger y guardar a quien lo observa. Quizás eso explique esta pulsión.
De Rementería no actúa como “cachurera” de la avenida Argentina, no presenta los objetos para su compra, no los exhibe en el aparador, ni menos lo reduce al fetiche de anticuario, más bien los condensa, una suerte de Arman recargado. Los vuelve a convertir en otro objeto, un volumen. El mecanismo es de una simpleza sospechosa, la clasificación a partir del color aún más. La respuesta sólo es posible entenderla desde la observación alucinante de todo lo que contiene cada volumen, en la micro composición de cada centímetro, en la presencia de una ciudad a ras de piso, con edificios de 5 cms de altura. Así de simple. La clasificación es un acto de reparación y revaloración simbólica.
-Pedro Sepúlveda